jueves, 13 de noviembre de 2014

Interstellar, explorando la cuarta dimensión

Hacía años terráqueos que una película de más de dos horas de duración se me hacía corta. Quizá porque Interstellar son varias cintas unidas a modo patchwork que, sin pretenderlo, nos abren diferentes vías para pensar, aunque lo último que nos apetezca al salir del cine sea eso, darle más vueltas y entrar en un bucle sin sentido explicando lo hasta ahora inexplicable. Básicamente porque nuestro nivel sobre física cuántica es, y perdón por el guiño, aún muy relativo.

A priori, las propuestas que nos hace Christopher Nolan son sencillas. Un mundo apocalíptico en el que las plagas y los fenómenos atmosféricos hacen imposible la supervivencia de la Humanidad a más de cincuenta años vista -pero que nosotros ya hemos visto en infinidad de películas recientes- y un pasaje, agujero de gusano mediante, para explorar otros universos a fin de encontrar un nuevo comienzo para ésta en un planeta virgen. Nada nuevo bajo nuestro sol, sobre todo si, como yo, se tiene reciente After Earth y Elysium. Sin embargo, el director no nos presenta una aventura espacial al uso, sino que nos sumerge, literalmente, en un viaje interdimensional en el que lo físico pasa a un segundo plano, aunque sirva para ilustrar lo que hasta ahora pocos cineastas hayan sabido contar. 


Y es que el agujero de gusano, que no sabemos quién lo ha puesto ni por qué hasta el final de la cinta, evoluciona de simple puente intergaláctico a auténtico protagonista, y nos hace adentrarnos en tres argumentos completamente distintos. El del protagonista -Matthew McConaughey repitiendo el papel de Contact pero que nos creemos  más porque tiene arrugas y un Oscar-, que ve como el transcurrir de su horas no coincide con el de sus hijos por mor de la gravedad; el de la salvación de la Humanidad vía valores y sacrificio personal, y el que más nos incumbe en este blog, el viaje en el tiempo, aunque aquí se entienda más como salto entre dimensiones.


Este desdoblamiento argumental sirve a Nolan para cruzar varias veces el umbral de la lógica clásica y presentarnos todo el abanico de posibilidades que da la idiosincrasia del cronoviaje, léase la comunicación transtemporal o la representación caleidoscópica y muy física del multiverso. Aunque se olvida, y ahí está el único error de la cinta, de plantear cualquier paradoja que pueda dejar sin respuesta a las preguntas que enuncia al principio y que intenta contestar al final. Ni siquiera se atreve a pasar de puntillas por cualquier ruptura del continuo, y menos aún, por esbozar la cuestión que debiera subyacer en su grandilocuente obra: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Al contrario, Interestellar busca el círculo perfecto, como el de sus naves, que giran ad infinitum, gracias a una gravedad, cuya fórmula, según el director, reduce el amor a una dimensión. 

Al margen de esta circunstancia -el huir de cualquier posible fisura y  sentimiento a excepción del paternofilial-, la película tiene todos los aciertos para poder compararla con "2001 Odisea del espacio" y Encuentros en la Tercera Fase, vía tecnología al servicio de la filosofía -no os perdáis a Tars, el robot- y omisión voluntaria de efectivos monstruos alienígenas. Un Nolan que, además, vuelve por sus fueros de los diferentes planos de consciencia ("Origen") y duplicidades ("El Prestigio"), y que firma, si me permitís, su mejor historia hasta el momento.  

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