lunes, 2 de abril de 2018

Timeless, a secas

He de reconocer que me daba mucho apuro abordar Timeless. Su existencia llegó a mis oídos a raíz de la noticia sobre la denuncia por plagio que el padre de El Ministerio del Tiempo, Javier Olivares, había interpuesto a los "creadores" de la primera, NBC, Sony y la pareja compuesta por los semi desconocidos guionistas Eric Kripke y Shawn Ryan, e inmediatamente se convirtió para mí en serie maldita. No ha sido hasta esta pasada Semana Santa que, por mi deber ante mis lectores, he llevado a cabo mi penitencia y he revisado todos los capítulos de la primera temporada (Netflix) y los tres que llevan emitidos de la segunda (MovistarPlus). Intentaré arrancar con la mayor objetividad posible, sin comparaciones ni sarcasmos.


Timeless (NBC) narra las aventuras de Lucy Preston, una historiadora que vive para su carrera profesional; Wyatt Logan, un delta force que se culpa de la muerte de su mujer, asesinada tras dejarla en la cuneta de una carretera a raíz de una discusión de pareja, y Rufus Carlin, un ingeniero del MIT. Los tres, contratados por Mason Industries, viajan por el tiempo en una nave diseñada por esta compañía para intentar acabar con un cuarto viajero, Garcia Flynn, en teoría el único superviviente de una expedición anterior, que se dedica a ir saboteando momentos claves de la historia de los USA por algún motivo que conoceremos poco a poco. Detrás de todos estos viajes, el gobierno de Estados Unidos y una organización secreta llamada Rittenhouse (aunque nada tenga que ver con el astrónomo)

Cada episodio, como tantas series de género clásicas, siguen dos tramas: la que empieza y acaba en cada capítulo, y la que se va extendiendo y casi apoderando de la serie a lo largo que avanza . En la primera, nos vamos encontrando de forma aleatoria con pequeños y grandes momentos de la Historia, casi siempre Norteamericana, como el asesinato de Abraham Lincoln, el Watergate o la defensa de El Álamo (nada que no hayamos visto ya en otras películas o series hasta la saciedad), por los que los viajeros deben transitar con la menor injerencia posible. Y la segunda, un continuo ir y venir de agencias y organizaciones a cual más opaca, y que se alternan los genéricos del bien y del mal en estado puro por mor de la Humanidad (como en todas las series de conspiraciones). 


Como podéis observar, nada nuevo, y si nos agarramos al subgénero, el del viaje en el tiempo, tampoco es que Timeless se presente como un hallazgo del género, ya que da solución a sus cuestiones más característicos de un forma bastante burda. Léase la nunca explicada máquina del tiempo (y su bote salvavidas) que utilizan sus protagonistas, la alternancia de efectos mariposa (unos se producen, otros no tienen efecto) que resultan tras cada viaje, y la falta de explicación de numerosos objetos y personajes clave que aparecen y desaparecen por arte de magia o por fallo de rácord. 

 En resumen, una serie del montón con la que pasar un rato entretenido y sin exigencias siempre y cuando, claro, no hayáis visto la magnífica El Ministerio del Tiempo, a la que intenta "rendir tributo". De ser así, os recomiendo que olvidéis cuanto antes estas líneas y esperéis con fruición (y ganas de comentar) a mi próximo post, que no será tan inocente como éste 😈. 


lunes, 19 de marzo de 2018

The Cloverfileld Paradox (no eres tú, soy yo)


Vale. Absoluto y total desconocimiento acerca de que The Cloverfield Paradox era la tercera película de una saga producida por J.J.Abrams a lo largo de esta última década. Ni pajolera idea. Nada de nada hasta que me he puesto a preparar esta entrada en el blog, lo reconozco. Pero me da igual, el primer gran estreno sorpresa de Netflix es un auténtico bluff.

Se supone que estamos en año 2028 y que el planeta no puede satisfacer la necesidad energética de la población. Hay un solazo estupendo y algo de vientecito, pero como se nos deja claro en las primeras escenas, si no hay gasolina para mover los coches, lo mejor es marcharse al espacio y poner en marcha un acelerador de partículas súper peligroso. Lo mismo que se dijo del CERN, pero con nombre, "la paradoja Cloverfield", y unas consecuencias algo más místicas con portales interdimensionales y unos cuantos monstruos incluidos.


La premisa, aunque manida y algo absurda, no pinta del todo mal. Tampoco el casting de actores, entre los que destaca Gugu Mbatha-Raw —la delieciosa Kelly de San Junípero (Black Mirror)— y Daniel Brühl —en su enésimo científico alemán del que no se si fiarme o no... ¡Hail Hidra!—. Sin embargo no hay nada más que salve a la cinta. Todo es previsible, como cuando se fusionan al principio dos dimensiones en el mismo espacio y los cuerpos "se revuelven"; todo es repetido de otras cintas, como la mano con vida propia —y, si no, que se lo pregunten a "Cosa" de la familia Adams—, y todo atufa a debate pseudofilosófico con moraleja: Si tuvieras que elegir, ¿a quién salvarías, a ti mismo y a tu familia, o al resto de la Humanidad?  Además, sobra casquería y faltan sorpresas.

Una lástima, porque viniendo de J.J. Abrams, cuyo Fringe nadie ha superado todavía y que relanzó Star Trek a base de realidad paralela y salto temporal en , me esperaba más. Mucho más. Quizá no combinen bien (ojo spoiler) enormes monstruos sacudiendo grandes urbes con la paradoja derivada de las ruptura espacio tiempo. O al revés, lo mismo soy yo que siempre me he tomado el cronoviaje como algo más metafórico y sutil cuando en realidad se trata de vísceras sobrepuestas y alucinaciones espaciales.

Y si es así... casi que prefiero Horizonte final o Life, que son algo menos tramposas. 










viernes, 19 de enero de 2018

Travelers

Seamos sinceros, hay algunas series que vemos y que no confesamos. Incluso estamos enganchados a ellas, pero evitamos comentarlo porque no son ni nuevas, ni pizca de buenas y, si encima, pagamos por ellas porque la vemos en alguna plataforma, nos hace sentir tontos. En este apartado de placer culpable encontramos las muy femeninas “Scandal” y “Anatomía de Grey”, y algunas que, de solo decir que te gustan, puedes acabar en Alcalá Meco, como “Mentes Criminales”, que yo veo siempre antes de dormir porque me ayuda a conciliar el sueño. ¿Cuál es la tuya?

La mía es "Travelers", un pastiche que pese ser idea original de Brad Wright, responsable de las tres franquicias televisivas de "Stargate" —y de "Highlander: The Series", otro placer culpable—, es un auténtico lugar común de los viajes en el tiempo.



Porque nada es nuevo:  Un grupo de viajeros en el tiempo llega al presente desde un futuro lejano para intentar alterar este último a través de pequeñas misiones que, en teoría, cambiarían el devenir de los apocalípticos acontecimientos. Son cinco miembros —a saber: un historiador, un ingeniero, un médico, un artillero y un jefe de equipo— y no son los únicos. Como ellos hay otros grupos de viajeros en todo el mundo que trabajan coordinados bajo las instrucciones de “El Director”, un ordenador cuántico de su mismo futuro que usa la inteligencia artificial para calcular las variables en espacio tiempo según las diferentes acciones. Sus enemigos, el aciago devenir como tal y otros viajeros, que forman parte de “La Facción”, y para los que el futuro no es tan malo como lo pintan. Luego también tienen sus reglas, que llaman protocolos, pero se las saltan a la torera siempre que tiene ocasión, así que tampoco importan mucho. Aunque las mencionan tanto que termines sabiéndotelas mejor que las de los Gremlins.

Porque nada es bueno: En la primera temporada no tanto, pero en la segunda llega un momento en el que todos los personajes son viajeros del tiempo, de otra dimensión o terminators poseídos. Y como encima, el viaje es extracorpóreo —luego lo explicaré—, el mismo personaje puede ser bueno, malo o reescrito, y ni si quieran tienen nombres, sino números. "Hola, soy el viajero 0531, ¿eres el viajero 6810?. No soy La Guardiana de la Puerta". Vamos, un jaleo de padre y muy señor mío.  

Porque nos hace parecer tontos: Mira tú por dónde esta es la parte que mas indulgencia me inspira. Cada vez que un equipo modifica el futuro con una de sus acciones, ya sea para bien o para mal, parece que nunca tiene consecuencias porque nunca las vemos, sólo las atisbamos a través de lo que dice "El Director", al que nunca vemos y que se comunica a través de niños o la dark internet. Al igual que como con el número de viajeros, parece, se cree, se cuenta, que termina habiendo múltiples futuros desde donde no deja de llegar gente y al final se vuelve todo un desmadre digno de cualquier capítulo de Rick y Morty. Los guionistas lo intentaron salvar con un arco delirante en el que "actualizan" a los historiadores de los grupos con las nuevas líneas temporales para que no se pierdan con tanto desmadre.



Pero Travelers tiene ese no se qué qué se yo que te ves cada capítulo entero del tirón y, si tienes un rato, varios. Vale sí, yo lo hago mientras reviso los correos o echo un vistazo a las redes sociales —de ahí que a lo mejor me haga tanto lío con los personajes—, y cuando colgaron en Netflix la segunda temporada me dio un subidón importante.

A ver que sí, que hay cosas que tienen su punto. Sobre todo el hecho de que los viajes sean de consciencia, es decir que los que vienen del futuro lo hagan solo mentalmente y ocupen los cuerpos de "huéspedes" del presente que van a morir —eso que se ahorran los de producción en presupuesto—. También  mola que "El Director" se comunique a través de niños que aparecen cuales zombies dando mensajes —a los adultos les daría una neurisma—. Y lo mejor, los viajeros tienen que vivir en sus nuevos cuerpos relacionándose con las mujeres, hijos y compañeros de éstos, lo que da bastante juego a modo culebrón: "Ay Pepe, es que no pareces tú desde hace unos días".

En fin, que ni bien ni mal sino todo lo contrario. Si estás harto de tener de fondo Neox con la enésima repetición del capítulo de The Big Bang Theory en el que Sheldon le sube el termostato a Leonard,  ponte Travelers. Te arrepentirás al principio, pero no podrás dejar de verla.


  

sábado, 6 de enero de 2018

DARK y el Eterno Retorno

Dos años han pasado ya desde mi última entrada en este blog. Ha habido diferentes motivos por los que no he escrito -entre ellos conseguir que el coche de mi boda fuera un flamante DeLorean-, pero el periodo de sequía ha terminado y vuelvo para refutar mi interpretación filosófica del concepto estoicista del eterno retorno. Lo hago, además, por partida doble, porque ése es precisamente el leit motiv de la serie que me ha devuelto por los caminos del tiempo y de la crítica: DARK.

Dark se desarrolla íntegramente en Winden, un pequeño pueblo rodeado por un frondoso bosque y en cuyo horizonte dominan las humeantes torres de una central nuclear construida en los años cincuenta. La historia que cuenta arranca en noviembre de 2019, pocas horas antes de la desaparición de un niño en circunstancias muy similares a las que se dieron tres décadas atrás, cuando se le perdió la pista a otro joven del mismo pueblo y a la misma altura del año.  Entonces, como ahora, el misterio ahoga a tres familias en concreto —los Nielsen, los Doppler y los Tiedemann—, aunque al espectador nunca dejará de resultarle confuso saber qué personaje pertenece a cuál... y a qué generación. Porque, según se suceden los episodios de la serie, sus historias se entrelazan e intercambian, agujero de gusano —o eso parece— mediante, hasta construir un complejo multiverso en el que el futuro de unos es el pasado de otros, y a la inversa.

Sin embargo, y pese a lo que pueda parecer en un primer momento, este salto mortal con pirueta es abordado por la serie alemana, la primera original para Netflix en este país, con gran maestría y desde una perspectiva absolutamente diferente a la de otras producciones en muchas dimensiones. Intentaré ir en (des) orden.

Revisión al alza del imaginario

A priori, Dark establece tres marcos temporales para el desarrollo de sus diferentes tramas: 1953, 1986 y 2019. El periodo comprendido entre ellos no responde al azar, sino al ciclo del sol, que solo coincide en longitud y latitud para un mismo día del año cada treinta y tres de éstos.

Otra originalidad que aporta la serie y que nos recuerda a la tan injustamente olvidada "El experimento Filadelfia" es que no estamos seguros en ningún momento de las condiciones que se tienen que dar para que el salto se produzca y, menos aún, cómo y si se puede dirigir. Hasta bien entrada la serie siquiera acompañamos a algún personaje en el proceso, y cuando lo hacemos, descubrimos en paralelo que también podría existir una máquina que lo propicie, un ingenio desarrollado (o no) por un relojero llamado H.G.Tannhaus que antes (o después) escribirá, como su tocayo de iniciales Wells, un libro sobre viajes en el tiempo.

También encontramos clásicos del género como objetos que vuelven tras ser destruidos –las cartas de Mikkel- y referencias estáticas que, más que dar un punto de referencia, lo invierten –las dos torres de la central nuclear-. Pero incluso en estos casos, la reinterpretación es brillante y todo armoniza.



Entre la filosofía y la ética

Los siguientes dos aspectos de esta serie que me fascinan, entran de lleno en la filosofía de los viajes en el tiempo, en la que tan poco se atreven a entrar obras recientes, ya sean literarias o cinematográficas. El primero, es como he apuntado, el del eterno retorno y, el segundo, la ambivalencia de los conceptos del bien y del mal a la hora de interferir en el continuo espacio tiempo. Como diría el proverbio, el infierno está empedrado de buenas intenciones.

En el caso de la Teoría del Eterno Retorno, Dark nos pregunta, y aunque parezca también contestar, no lo hace, si hay posibilidad o no de cambiar los acontecimientos -en ningún momento deja claro si estamos ante un bucle o si estamos ante alguna punta de lanza-. Pero lo mejor de este apartado es que ese regreso constante no se circunscribe únicamente a los 33 años que dura el ciclo ni, menos aún, al lugar donde suceden los acontecimientos condenados a repetirse –el claustrofóbico y omnipresente Winden-, sino al principio y al final de los tiempos, donde o cuando quiera que se encuentren.  En este sentido, estamos ante un nuevo Perdidos, mucho más serio y oscuro.

Este aspecto enlaza con el dilema sobre el bien y el mal del que os he hablado antes. En Dark tenemos al maquiavélico y eterno padre Noah, que le gusta experimentar más que a su paisano, el doctor Mengele, y al torturado Jonas, que se debate (OJO SPOILER) entre salvar a su padre o desaparecer de la existencia. Lo mejor, o lo peor, es que tampoco sabríamos decir si las consecuencias de los actos de ambos son buenas o malas para el resto de personajes, que también hacen y deshacen en lo que creen que es lo debido y el conjunto de la Humanidad. Ahí es poco.


De la ciencia ficción al terror

Llegamos al apartado artístico de la serie, otra maravilla. Desde su careta caleidoscópica hasta sus cliffhangers, siempre distintos pero igual de inquietantes, esta obra maestra en diez dosis se presenta como un enjambre de historias, donde los personajes de Winden son aún más oscuros que sus bosques. Infidelidad, avaricia, adicción, rencor, asesinato... Todos muy bien dibujados y que, si se visiona en la hora bruja, hacen que Dark pase del sutil sci fi al terror más abrupto. Algunos, y creo que yo estoy entre ellos, elevan su versatilidad en ese sentido a la mismísima Twin Peaks.

Retomo el adjetivo sutil para definir también la ambientación ya que, con muy pocas variaciones, podemos ver las diferencias entre una época sin apenas estridencias, salvo algún cubo de Rubik de más o un móvil de menos. No hace falta recurrir en ningún momento a aclaraciones por subtítulos, aunque de vez en cuando aparezcan –insisto, otro aliciente de la serie es que no hay un patrón para presentarnos visualmente los arcos-.

Y voy a parar porque como post de vuelta ya es bastante. Simplemente adelantaros que Netflix ha confirmado ya segunda temporada para mi pesar, porque el season finale es magnífica. Aunque lo mismo ocurre como con Regreso al Futuro y nos encontramos con otra deliciosa vuelta de tuerca de nuestros amigos de Winden..

Hasta mañana que será ayer.